Ash Barty y la segunda retirada de la número 1: de la frustración al críquet y a un reinado inolvidable en el tenis
El mundo del tenis ha quedado conmocionado, y emocionado, por el anuncio de Ash Barty, número uno de la WTA, que ha decidido, a sus 25 años y en la cúspide, poner fin a su carrera. Su sinceridad y honestidad se han ganado el cariño de la comunidad de la raqueta, que entienden y respetan el camino que ha decidido tomar la australiana.
«Ya no tengo el impulso físico, las ganas emocionales ni todo lo que se necesita para desafiarme a mí misma en lo más alto del nivel. Estoy agotada», explicó la tenista en el vídeo de su adiós. Sin embargo, no es la primera vez que Barty toma la decisión de dejar el tenis.
Ya lo hizo en 2016, con apenas 18 años, cuando cayó en primera ronda de ‘su’ Open de Australia. Optó por guardar en el armario la raqueta y unirse a la liga profesional femenina de críquet, para cumplir, en este campo, su sueño de triunfar en el mundo del deporte. Le duró poco.
Fue en 2017 cuando, ya de manera definitiva, encontró en las pistas su ilusión y cuando comenzó su meteórico ascenso que tantos éxitos, hasta hoy, le ha proporcionado.
Fue escalando puestos en el ránking WTA hasta entrar en el Top15 y añadiendo a sus vitrinas varios torneos que le sirvieron para sumar experiencia de cara a afrontar el gran objetivo de su carrera: conquistar un Grand Slam.
Lo logró, en apenas dos años, por partida triple. En 2019, y después de haber ganado en dobles el Open de Estados Unidos un año antes, conquistó Roland Garros en una final en la que se hizo con la Copa Suzanne Lenglen sin apenas oposición de su rival.
Después del parón por la pandemia, Barty aterrizó en la hierba de Wimbledon para alzarse con la gloria de blanco impoluto ante una gigante como Pliskova. Hace apenas dos meses, en Australia, en su casa, se hacía con el tercer grande de su carrera y afianzaba su número uno.
Ahora, Barty ha perdido las ganas y la motivación, no encuentra, ni quiere, la forma de seguir y deja en su adiós una lección para todos: «No hay un camino correcto o incorrecto, es mi camino». Amén.
El mundo del tenis ha quedado conmocionado, y emocionado, por el anuncio de Ash Barty, número uno de la WTA, que ha decidido, a sus 25 años y en la cúspide, poner fin a su carrera. Su sinceridad y honestidad se han ganado el cariño de la comunidad de la raqueta, que entienden y respetan el camino que ha decidido tomar la australiana.
«Ya no tengo el impulso físico, las ganas emocionales ni todo lo que se necesita para desafiarme a mí misma en lo más alto del nivel. Estoy agotada», explicó la tenista en el vídeo de su adiós. Sin embargo, no es la primera vez que Barty toma la decisión de dejar el tenis.
Ya lo hizo en 2016, con apenas 18 años, cuando cayó en primera ronda de ‘su’ Open de Australia. Optó por guardar en el armario la raqueta y unirse a la liga profesional femenina de críquet, para cumplir, en este campo, su sueño de triunfar en el mundo del deporte. Le duró poco.
Fue en 2017 cuando, ya de manera definitiva, encontró en las pistas su ilusión y cuando comenzó su meteórico ascenso que tantos éxitos, hasta hoy, le ha proporcionado.
Fue escalando puestos en el ránking WTA hasta entrar en el Top15 y añadiendo a sus vitrinas varios torneos que le sirvieron para sumar experiencia de cara a afrontar el gran objetivo de su carrera: conquistar un Grand Slam.
Lo logró, en apenas dos años, por partida triple. En 2019, y después de haber ganado en dobles el Open de Estados Unidos un año antes, conquistó Roland Garros en una final en la que se hizo con la Copa Suzanne Lenglen sin apenas oposición de su rival.
Después del parón por la pandemia, Barty aterrizó en la hierba de Wimbledon para alzarse con la gloria de blanco impoluto ante una gigante como Pliskova. Hace apenas dos meses, en Australia, en su casa, se hacía con el tercer grande de su carrera y afianzaba su número uno.
Ahora, Barty ha perdido las ganas y la motivación, no encuentra, ni quiere, la forma de seguir y deja en su adiós una lección para todos: «No hay un camino correcto o incorrecto, es mi camino«. Amén.