Barcelona 92, los Juegos Olímpicos que cambiaron la historia del deporte español

«A la ville de… ¡Barcelona!». El 17 de octubre de 1986, en Lausana (Suiza), Juan Antonio Samarach confirmaba que la capital catalana se convertiría en la primera ciudad española en albergar unos Juegos de verano. Seis años después, un 25 de julio de 1992, el estadio de Montjuic albergaba la inauguración de los Juegos de la XXV Olimpiada.
Hubo mucho trabajo detrás para convertir aquella cita en los considerados como los primeros Juegos modernos. El gran salto que se dio no solo a nivel organizativo o deportivo (aún hoy las 22 medallas son el techo del olimpismo español), sino como sociedad.
No se puede entender la España del siglo XXI sin las raíces que se crearon en aquel histórico 1992, a veces mucho más mitificado de lo que fue pero que consiguió colocar a la piel de toro como una potencia moderna y acorde a los tiempos.
Desde ‘Los Manolos’ y aquel ‘Amigos para siempre’ que luego se echó en falta, pasando por las lágrimas de Kiko Narváez con el gol en la final de fútbol o la entrada de Fermín Cacho en la meta del ‘milqui’, sin olvidar imágenes icónicas como las lágrimas de la infanta Elena al ver desfilar a su hermano, el por entonces Príncipe Felipe que hoy es el Rey Felipe VI.
Aquel 25 de julio de 1992, con una inauguración que luego fue copiada por los siguientes organizadores, la ceremonia daba el pistoletazo (o mejor dicho, flechazo) de salida a unos Juegos inolvidables.
Los cimientos de la edad de oro del deporte español
Desde la confirmación de Barcelona como ciudad olímpica hasta los Juegos se trabajó a destajo, desde todos los estamentos. En el político, con el contexto que se vivía con el terrorismo y los primeros brotes de la crisis que azotaría después, se pusieron las bases para que todo el mundo viera en España un país moderno y ejemplar.
«Para España, no solo para el deporte, eran muy importantes porque queríamos ofrecer al mundo una imagen joven, diferente, ganadora, organizada y con el gen de la brillantez», recordaba Alejandro Blanco, presidente del COE, en la conmemoración de los 25 años.
Queríamos ofrecer al mundo una imagen joven, diferente, ganadora, organizada y con el gen de la brillantez»

El salto que se dio en cuanto a resultados entre los Juegos de Seúl 88 y los de Barcelona 92 hablan por sí mismos: de 4 medallas (un oro, una plata y dos bronces) y 16 diplomas, a 22 medallas (13 oros, 7 platas y dos bronces) y 41 diplomas. No se puede explicar solo por el factor anfitrión: se cambió la filosofía completa de trabajo.
La estandarización de procesos de entrenamientos, la proliferación de Centros de Alto Rendimiento (el de Madrid estaba ya creado desde 1975, pero era un ‘rara avis’) y, sobre todo, la confianza en que había mucho potencial. El deporte se convirtió en un motor ejemplarizante para una sociedad que ya estaba preparada para quitarse los complejos y sacar pecho ante el mundo.
La traslación de esa confianza global en el deporte español en algo más tangible fue la creación del Programa ADO en 1987 con el objetivo de explotar en Barcelona 92. El sistema de desarrollo y promoción de deportistas nacionales de alto rendimiento para ayudar al ascenso a la élite dio resultados inmediatos: hasta Seúl 88 sólo se habían logrado 27 medallas olímpicas; a día de hoy se suman ya 123.
Estas becas, que aún hoy suponen la base de los ingresos de muchos deportistas (algo que no es necesariamente positivo), cambiaron el paradigma: se pasó del amauterismo a una suerte de profesionalismo. De ser deportistas aficionados a poder dedicarse específicamente al deporte, con infraestructuras, entrenadores, técnicos y, en definitiva, recursos económicos.
Las bases que hicieron de Barcelona unos Juegos históricos pusieron también un listón altísimo. Los hijos de aquella generación son los que hoy buscan reeditar los éxitos. No se pueden explicar las 17 medallas de Rio 2016 y Tokio 2020 sin entender que Barcelona 92. Y que antes de Ana Peleteiro, Ray Zapata o Maialen Chourraut existieron Martín López-Zubero, Daniel Plaza o Miriam Blasco.

Barcelona 92, los Juegos Olímpicos que cambiaron la historia del deporte español

"A la ville de... ¡Barcelona!". El 17 de octubre de 1986, en Lausana (Suiza), Juan Antonio Samarach confirmaba que la capital catalana se convertiría en la primera ciudad española en albergar unos Juegos de verano. Seis años después, un 25 de julio de 1992, el estadio de Montjuic albergaba la inauguración de los Juegos de la XXV Olimpiada. Hubo mucho trabajo detrás para convertir aquella cita en los considerados como los primeros Juegos modernos. El gran salto que se dio no solo a nivel organizativo o deportivo (aún hoy las 22 medallas son el techo del olimpismo español), sino como sociedad. No se puede entender la España del siglo XXI sin las raíces que se crearon en aquel histórico 1992, a veces mucho más mitificado de lo que fue pero que consiguió colocar a la piel de toro como una potencia moderna y acorde a los tiempos. Desde 'Los Manolos' y aquel 'Amigos para siempre' que luego se echó en falta, pasando por las lágrimas de Kiko Narváez con el gol en la final de fútbol o la entrada de Fermín Cacho en la meta del 'milqui', sin olvidar imágenes icónicas como las lágrimas de la infanta Elena al ver desfilar a su hermano, el por entonces Príncipe Felipe que hoy es el Rey Felipe VI. Aquel 25 de julio de 1992, con una inauguración que luego fue copiada por los siguientes organizadores, la ceremonia daba el pistoletazo (o mejor dicho, flechazo) de salida a unos Juegos inolvidables. Los cimientos de la edad de oro del deporte español Desde la confirmación de Barcelona como ciudad olímpica hasta los Juegos se trabajó a destajo, desde todos los estamentos. En el político, con el contexto que se vivía con el terrorismo y los primeros brotes de la crisis que azotaría después, se pusieron las bases para que todo el mundo viera en España un país moderno y ejemplar. "Para España, no solo para el deporte, eran muy importantes porque queríamos ofrecer al mundo una imagen joven, diferente, ganadora, organizada y con el gen de la brillantez", recordaba Alejandro Blanco, presidente del COE, en la conmemoración de los 25 años. Queríamos ofrecer al mundo una imagen joven, diferente, ganadora, organizada y con el gen de la brillantez" El salto que se dio en cuanto a resultados entre los Juegos de Seúl 88 y los de Barcelona 92 hablan por sí mismos: de 4 medallas (un oro, una plata y dos bronces) y 16 diplomas, a 22 medallas (13 oros, 7 platas y dos bronces) y 41 diplomas. No se puede explicar solo por el factor anfitrión: se cambió la filosofía completa de trabajo. La estandarización de procesos de entrenamientos, la proliferación de Centros de Alto Rendimiento (el de Madrid estaba ya creado desde 1975, pero era un 'rara avis') y, sobre todo, la confianza en que había mucho potencial. El deporte se convirtió en un motor ejemplarizante para una sociedad que ya estaba preparada para quitarse los complejos y sacar pecho ante el mundo. La traslación de esa confianza global en el deporte español en algo más tangible fue la creación del Programa ADO en 1987 con el objetivo de explotar en Barcelona 92. El sistema de desarrollo y promoción de deportistas nacionales de alto rendimiento para ayudar al ascenso a la élite dio resultados inmediatos: hasta Seúl 88 sólo se habían logrado 27 medallas olímpicas; a día de hoy se suman ya 123. Estas becas, que aún hoy suponen la base de los ingresos de muchos deportistas (algo que no es necesariamente positivo), cambiaron el paradigma: se pasó del amauterismo a una suerte de profesionalismo. De ser deportistas aficionados a poder dedicarse específicamente al deporte, con infraestructuras, entrenadores, técnicos y, en definitiva, recursos económicos. Las bases que hicieron de Barcelona unos Juegos históricos pusieron también un listón altísimo. Los hijos de aquella generación son los que hoy buscan reeditar los éxitos. No se pueden explicar las 17 medallas de Rio 2016 y Tokio 2020 sin entender que Barcelona 92. Y que antes de Ana Peleteiro, Ray Zapata o Maialen Chourraut existieron Martín López-Zubero, Daniel Plaza o Miriam Blasco.

«A la ville de… ¡Barcelona!». El 17 de octubre de 1986, en Lausana (Suiza), Juan Antonio Samarach confirmaba que la capital catalana se convertiría en la primera ciudad española en albergar unos Juegos de verano. Seis años después, un 25 de julio de 1992, el estadio de Montjuic albergaba la inauguración de los Juegos de la XXV Olimpiada.

Hubo mucho trabajo detrás para convertir aquella cita en los considerados como los primeros Juegos modernos. El gran salto que se dio no solo a nivel organizativo o deportivo (aún hoy las 22 medallas son el techo del olimpismo español), sino como sociedad.

No se puede entender la España del siglo XXI sin las raíces que se crearon en aquel histórico 1992, a veces mucho más mitificado de lo que fue pero que consiguió colocar a la piel de toro como una potencia moderna y acorde a los tiempos.

Desde ‘Los Manolos’ y aquel ‘Amigos para siempre’ que luego se echó en falta, pasando por las lágrimas de Kiko Narváez con el gol en la final de fútbol o la entrada de Fermín Cacho en la meta del ‘milqui’, sin olvidar imágenes icónicas como las lágrimas de la infanta Elena al ver desfilar a su hermano, el por entonces Príncipe Felipe que hoy es el Rey Felipe VI.

Aquel 25 de julio de 1992, con una inauguración que luego fue copiada por los siguientes organizadores, la ceremonia daba el pistoletazo (o mejor dicho, flechazo) de salida a unos Juegos inolvidables.

Los cimientos de la edad de oro del deporte español

Desde la confirmación de Barcelona como ciudad olímpica hasta los Juegos se trabajó a destajo, desde todos los estamentos. En el político, con el contexto que se vivía con el terrorismo y los primeros brotes de la crisis que azotaría después, se pusieron las bases para que todo el mundo viera en España un país moderno y ejemplar.

«Para España, no solo para el deporte, eran muy importantes porque queríamos ofrecer al mundo una imagen joven, diferente, ganadora, organizada y con el gen de la brillantez», recordaba Alejandro Blanco, presidente del COE, en la conmemoración de los 25 años.

Queríamos ofrecer al mundo una imagen joven, diferente, ganadora, organizada y con el gen de la brillantez»

El salto que se dio en cuanto a resultados entre los Juegos de Seúl 88 y los de Barcelona 92 hablan por sí mismos: de 4 medallas (un oro, una plata y dos bronces) y 16 diplomas, a 22 medallas (13 oros, 7 platas y dos bronces) y 41 diplomas. No se puede explicar solo por el factor anfitrión: se cambió la filosofía completa de trabajo.

La estandarización de procesos de entrenamientos, la proliferación de Centros de Alto Rendimiento (el de Madrid estaba ya creado desde 1975, pero era un ‘rara avis’) y, sobre todo, la confianza en que había mucho potencial. El deporte se convirtió en un motor ejemplarizante para una sociedad que ya estaba preparada para quitarse los complejos y sacar pecho ante el mundo.

La traslación de esa confianza global en el deporte español en algo más tangible fue la creación del Programa ADO en 1987 con el objetivo de explotar en Barcelona 92. El sistema de desarrollo y promoción de deportistas nacionales de alto rendimiento para ayudar al ascenso a la élite dio resultados inmediatos: hasta Seúl 88 sólo se habían logrado 27 medallas olímpicas; a día de hoy se suman ya 123.

Estas becas, que aún hoy suponen la base de los ingresos de muchos deportistas (algo que no es necesariamente positivo), cambiaron el paradigma: se pasó del amauterismo a una suerte de profesionalismo. De ser deportistas aficionados a poder dedicarse específicamente al deporte, con infraestructuras, entrenadores, técnicos y, en definitiva, recursos económicos.

Las bases que hicieron de Barcelona unos Juegos históricos pusieron también un listón altísimo. Los hijos de aquella generación son los que hoy buscan reeditar los éxitos. No se pueden explicar las 17 medallas de Rio 2016 y Tokio 2020 sin entender que Barcelona 92. Y que antes de Ana Peleteiro, Ray Zapata o Maialen Chourraut existieron Martín López-Zubero, Daniel Plaza o Miriam Blasco.