Entre la silla de Alaba y la siestecita de Modric
El Real Madrid ha disfrutado tanto del camino y vive con tanta familiaridad esta final europea que se explica por sí solo el optimismo con el que sus jugadores y el entorno afrontan el partido del año. Cierto es que el hecho de disputarse en París, el lugar de nacimiento y de la dolorosa decisión para el madridismo de Kylian Mbappé, le añade un componente morboso muy particular. Por no hablarles de ese otro partido entre Florentino y el eje Ceferin-Al Khelaifi, que es menos divertido, pero en el que se dirime el futuro de esta singular industria.
El fútbol es tan rico en matices que tiene sentido pensar que el Liverpool es mejor equipo, pero que el Real Madrid es favorito. El ya subcampeón de la Premier es un reloj con un gran entrenador, con trazo, vertiginoso en las transiciones, peligroso por los costados con el guante de Alexander Arnold y letal en ataque, donde, a la enorme categoría de Salah y Mané, se une ahora ese gran descubrimiento que es Luis Díaz.
La plantilla blanca, por su parte, tiene dos ventajas: jugadores ganadores y curtidos en este tipo de partidos, que no necesitan dominar en el juego para lograr el resultado. Así, al menos, ocurrió ante el Chelsea y el Manchester City. Desde la silla de Alaba, como imagen icónica del central austriaco festejando la aún inexplicable remontada ante el PSG, el Real Madrid se siente capaz de todo, incluso ante los resultados más adversos y equipos que parecen más hechos.
La segunda ventaja pasa por un dominio de los jugadores que deciden más partidos, el portero y el delantero. Más allá de los que unos llaman ADN, arrebato, alma, espíritu de Juanito o como quieran denominarle, la realidad es que Carlo Ancelotti ha conseguido coser un equipo, con la complicidad del renovado liderazgo del futuro Balón de Oro, Karim Benzema, y del último madridista que recogió ese mismo trofeo, Luka Modric. A ellos se ha sumado la jerarquía de Thibaut Courtois en la portería y la incuestionable progresión de Vinícius, capaz de cambiar cualquier partido. Sorprende que el mejor portero del mundo en la actualidad nunca haya levantado “La Orejona”.
El Liverpool quiere revancha, aún dolido por la malísima noche de Karius y la “sangre en el ojo” de Mohamed Salah, la estrella egipcia del Liverpool, que tuvo que abandonar el campo en la última final entre ambos por la entrada de Ramos. Es verdad que tienen uno de los equipos más competitivos de su historia y que se sienten capaces de cambiarla.
En el Madrid se agarran a la experiencia de sus nueve futbolistas, que ya han vivido recorrido el camino de disputar partidos como éste hasta cuatro veces y no saben lo que es perder una final de la Copa de Europa.
Modric confesó a Juanma Castaño que él dormía plácidamente la siesta la misma tarde del partidazo. No la veremos, pero sirve para imaginarse gráficamente cómo el Madrid se siente en su hábitat cuando llega la final, el partido donde a casi todos los profesionales les tiemblan las canillas.
La temporada del equipo de Ancelotti es buenísima y falta por poner esa guinda que rubricaría la hegemonía de esta generación, pero esta vez sin Sergio Ramos ni Cristiano Ronaldo. Ganar, por número de títulos, sería como reeditar una versión renovada del Madrid de los 60, el de Di Stéfano, Puskas y Gento.
El Liverpool no va a tener fácil sentarse en la silla de Alaba y despertar de sus sueños a Luka Modric.
El Real Madrid ha disfrutado tanto del camino y vive con tanta familiaridad esta final europea que se explica por sí solo el optimismo con el que sus jugadores y el entorno afrontan el partido del año. Cierto es que el hecho de disputarse en París, el lugar de nacimiento y de la dolorosa decisión para el madridismo de Kylian Mbappé, le añade un componente morboso muy particular. Por no hablarles de ese otro partido entre Florentino y el eje Ceferin-Al Khelaifi, que es menos divertido, pero en el que se dirime el futuro de esta singular industria.
El fútbol es tan rico en matices que tiene sentido pensar que el Liverpool es mejor equipo, pero que el Real Madrid es favorito. El ya subcampeón de la Premier es un reloj con un gran entrenador, con trazo, vertiginoso en las transiciones, peligroso por los costados con el guante de Alexander Arnold y letal en ataque, donde, a la enorme categoría de Salah y Mané, se une ahora ese gran descubrimiento que es Luis Díaz.
La plantilla blanca, por su parte, tiene dos ventajas: jugadores ganadores y curtidos en este tipo de partidos, que no necesitan dominar en el juego para lograr el resultado. Así, al menos, ocurrió ante el Chelsea y el Manchester City. Desde la silla de Alaba, como imagen icónica del central austriaco festejando la aún inexplicable remontada ante el PSG, el Real Madrid se siente capaz de todo, incluso ante los resultados más adversos y equipos que parecen más hechos.
La segunda ventaja pasa por un dominio de los jugadores que deciden más partidos, el portero y el delantero. Más allá de los que unos llaman ADN, arrebato, alma, espíritu de Juanito o como quieran denominarle, la realidad es que Carlo Ancelotti ha conseguido coser un equipo, con la complicidad del renovado liderazgo del futuro Balón de Oro, Karim Benzema, y del último madridista que recogió ese mismo trofeo, Luka Modric. A ellos se ha sumado la jerarquía de Thibaut Courtois en la portería y la incuestionable progresión de Vinícius, capaz de cambiar cualquier partido. Sorprende que el mejor portero del mundo en la actualidad nunca haya levantado “La Orejona”.
El Liverpool quiere revancha, aún dolido por la malísima noche de Karius y la “sangre en el ojo” de Mohamed Salah, la estrella egipcia del Liverpool, que tuvo que abandonar el campo en la última final entre ambos por la entrada de Ramos. Es verdad que tienen uno de los equipos más competitivos de su historia y que se sienten capaces de cambiarla.
En el Madrid se agarran a la experiencia de sus nueve futbolistas, que ya han vivido recorrido el camino de disputar partidos como éste hasta cuatro veces y no saben lo que es perder una final de la Copa de Europa.
Modric confesó a Juanma Castaño que él dormía plácidamente la siesta la misma tarde del partidazo. No la veremos, pero sirve para imaginarse gráficamente cómo el Madrid se siente en su hábitat cuando llega la final, el partido donde a casi todos los profesionales les tiemblan las canillas.
La temporada del equipo de Ancelotti es buenísima y falta por poner esa guinda que rubricaría la hegemonía de esta generación, pero esta vez sin Sergio Ramos ni Cristiano Ronaldo. Ganar, por número de títulos, sería como reeditar una versión renovada del Madrid de los 60, el de Di Stéfano, Puskas y Gento.
El Liverpool no va a tener fácil sentarse en la silla de Alaba y despertar de sus sueños a Luka Modric.